miércoles, 23 de octubre de 2013

Lazos con esparto

Alcancé el último escalón y me aferré al pasamanos...tuvo la entereza de empujarme a seguir al resto de pasajeros. 

Atravesé el pasillo con los bolsillos llenos de ilusiones, sí, ahí metí las manos, sudadas, inquietas; preparadas para soportar la ausencia, listas para abrazarla.

La cinta transportadora, que comunicaba el andén y la puerta de salida, paseaba llenando el ambiente de proyectos y reencuentros, y se empeñaba en evidenciar mis pasos casi congelados que contrastaban seriamente con mis manos. No sé por que no subí, no sé por que no le cedí a ella esa responsabilidad emperrándome en arrastrar aquel lastre

Llegué hasta el estanque, seguía repleto de tortugas y allí, en medio de la terminal, parecía una burla a las vidas ajetreadas de la mayoría de los transeúntes. Frente a él, el bar donde por primera vez aguantamos nuestras reticentes miradas.

Al camarero se le escapó una perversa sonrisa y miró a ambos lados buscándote. En mis ojos supo ver el dolor encubierto de una delgada capa desafiante. Pagué y salí a coger una bocanada de aire, la presión empezaba a pasar factura y podía tomar forma de manera incontrolada.

Fue fácil prever a donde iban mis pasos, donde cortaría el aire aquel nudo. Paré nada más girar, la persiana estaba bajada, tu sonrisa intacta en mis ojos y el recuerdo de aquel abrazo que en su día llegó como el humo del cigarrillo, hasta los pulmones, en ese instante no dejaba pasar el aire.

Sé que aquella noche lloraste hasta quedarte dormida, lo vi en tus pasos. Te vi caminar sin sentido, por que fui a por ti sin sentido, respeté tu decisión sin sentido y sin sentido busqué por las calles que recorrimos hasta que empecé a desandar el camino.

Me despedí de cada esquina, deshice mil ilusiones y seguí desandando hasta la estación. Antes de entrar, como en cada partida, miré al cielo y tomé aire; dispuesta para volver, asumidas todas y cada una de las repercusiones de aquel trayecto; pude oírte "claro" y pude notar el abrazo de la última despedida, por ello súbitamente esbocé una tímida sonrisa.

Tomé asiento; cuando el vagón se empezó a mover cayeron todas las lágrimas que quedaron retenidas mientras paseaba. En esos sitios se podía llorar sin que nadie se extrañara aunque estuvieran llenos de extraños. 

Cuando regresé aunque ya miraba diferente, me llamaste y te recordé que todavía quedaba un desayuno pendiente.







1 comentario:

  1. Seguro que siempre quedará un desayuno pendiente. Espero que no sea el último viaje.

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