miércoles, 2 de octubre de 2013

Sol de invierno

Asciende el ascensor de vidrio transparente, los rayos del sol que al traspasarlo desdibujan miles y miles de estrellas, acosan cada movimiento de tus manos sobre mi cuerpo hasta descubrir en mi mirada la intensidad del placer que siento.
Soy incapaz de realizar ningún movimiento, con una mano me limito a acariciar tu pelo, mis dedos se enlazan entre ellos, acabando mis caricias casi con gestos bruscos, la otra, no es más que una descarga al contacto con el frío hierro del lujoso artilugio.

Probablemente nos están mirando y ese pensamiento agudiza la sensación de humedad en todo mi cuerpo; trago saliva, la misma que no dejas que de momento te refresque, lo cual me provoca un suspiro y hace que cada vez me tiemblen más las piernas.

Cuándo pueda morder la curvatura de tu cuello, cuándo quiera sentir tus uñas en mi espalda tú ya relajada, me mantendrás elevada presionándome contra las paredes cálidas e inmóviles, pero reveladoras de la sutileza de tu amplia sonrisa.

Y tú me conoces y el cosquilleo que sube por tus piernas hace ansiar más ese momento, el que nos trae de culo desde hace días, ese que puede acabar con nuestras fantasías ¿o no?

El sol vuelve a hacer incapie, su pelo que brilla más que nunca juguetea con el liviano aire que lo balancea y con gracia la comisura de sus labios entreabiertos ejercen la misma labor que el sol y nuestras palabras el discreto movimiento del aire.




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