lunes, 24 de febrero de 2014

Gotas de Aire

Se me ocurrió la fustigante idea de pasar por una tienda de colonias, fui directa a olerla; la dependienta se esmeró en explicarme todas las modalidades, en estuche, de 100 cl, de 50 cl, aunque yo apenas la escuchaba. Me ofreció un cartón de muestra completamente lleno de sueños; desaparecí, sin moverme, encandilada de tantos gestos; ella me miró intrigada, quizás confundió mi ausencia con las dudas y por ello propuso ponerme su esencia en mi piel.

El cartoncito lo aspiré con relativa medida, necesitaba mantener el olor por lo menos, por lo menos, 30 días; imposible; le acerqué la mano izquierda, me cogió del extremo de los dedos y al mismo tiempo que ella estiraba para acercar mi mano, yo muy consciente, tiraba para el lado contrario con el ánimo de que la colonia impregnara la pulsera que me regaló antes de marchar y que aún mantenía como mi ángel de la guarda. 

Me despedí de la señora con rapidez y salí del edificio; busqué el espacio abierto para crear un lugar intimo en el universo; saqué el cartón y al olerlo brotaron mis lágrimas con la misma discreción que me abordaba su recuerdo. No eran lágrimas de tristeza, sentía la misma amplitud del propio orgullo, ese que hace ensanchar el alma.

Sentí su presencia como un hermoso suspiro; caminé y seguí soñando.














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