domingo, 8 de mayo de 2016

Y llueve...

Aquél día, el sonido de la lluvia me calaba hasta los huesos llenando los huecos vacíos de entre las sábanas. Salté de golpe, calcé mis botas y eché a andar; tropecé con cuatro troncos recios que dejé pendientes al filo del sendero, para recogerlos cuando el mundo diera la vuelta.

La humedad aromaba la tierra y ahora los sonidos heterogéneos de la lluvia se aliaban para formar una música desacompasada dónde ramas, piedras y charcos, junto a unos gorriones desafinados formaban una gran orquesta.

Me detuve a la vera del río; el fluir infalible del agua me dejó perpleja. 

Respiré tres veces y escuché saltos, recodos y grava. 

Quedé reflejada en las aguas como un estuario rendida ante la marea, pretendiendo acariciar, acariciar con el alma para dejar dormido aquél orgullo que paseaba desafiando cada uno de los golpes que lo hicieron fuerte, los que le dieron nombre y motivos. Para ello era necesario bajar la guardia y debilitar la rabia.


Hoy llueve y el día no acompaña, pero los monjes budistas del Himalaya, a través de la meditación, son capaces de acceder a un mundo interior tan poderoso que pueden llegar a regular su temperatura y su metabolismo.....hoy llueve y el día no acompaña, pero consigo dejar de sentir ese frío. 


Intuyo que nos pasamos la vida esperando que pase el tiempo y cuando nos damos cuenta ya no nos queda tiempo y se nos ha pasado la vida.



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